Todos los seres humanos del planeta tenemos sueños, objetivos, fines en nuestra vida.
Alguna vez en la vida sentimos que hemos nacido para lograr tal cosa, y luchamos para conseguirla. Pero resulta que, en el intento, algunos de nosotros se desaniman y caen en el gran agujero de la desesperación, del desasosiego, de la intranquilidad.
Otros, sin embargo, con un carácter más tenaz e insistente, niegan rendirse a la primera de cambio, y lo intentan una vez, y otra, y otra, y otra…
Tal vez estas personas insistentes pasen toda la vida llevando a cabo esa tarea repetitiva: intentarlo una vez y otra; o tal vez consigan por fin su tan anhelado sueño.
Debe ser un sueño muy anhelado, porque si después de tanto tiempo luchando por conseguirlo, luego no te llena, no te hace feliz, mal vamos…
Y a propósito de ello, ahí es donde yo quería llegar. Muy bien, consigues tu sueño y todo es muy bonito. Estas feliz. Pero, ¿qué es estar feliz?
Y ahora no me vengan con el cuento, señores lectores, de que yo he tenido una vida muy triste y austera, y por eso no conozco la felicidad. Sí, la conozco (o creo que la conozco). He creído sentirla algunas veces en mi vida, pero cuando la alcanzo y por fín disfruto de ella… Pum, se esfuma en un momento. Y se esfuma de las siguientes maneras:
Si no consigo alguna otra cosa que me propongo, si no coincido con la opinión de alguien y termino discutiendo con esa persona, si mi novio pasa por una mala racha y la paga conmigo, si mi hermana está insoportable y me contesta mal, si, si, si…
Resulta que la felicidad, o lo que creemos que es la felicidad, es muy escurridiza. Toda una vida para alcanzarla, y al poco tiempo de tenerla, parece que ya no nos conformamos con ella. Entonces queremos conseguir otro objetivo. Y te dices a ti mismo, “¿Pero no era este mi sueño? ¿Por qué no puedo estar feliz ya, así sin más?”.
Y es que no nos conformamos nunca con nada. Lo peor es que esto cada vez va a más. Con el consumismo con el que hoy en día convivimos todos y cada uno de los días de nuestra vida, cada vez nos conformamos menos con cualquier cosa.
¿Es que nunca alcanzaremos la felicidad permanente o, al menos, duradera en su intermitencia?
Hace poco leí un artículo en una revista con el siguiente tema: “Cómo ser feliz en vacaciones”, y me dije “Ya está, me puedo morir tranquila. No veré nada así en mucho tiempo”. ¿Cómo es posible que haya gente que tenga que leer manuales de cómo ser feliz? Pero más interesante aún es que los lean aún cuando están de vacaciones. En el período en el que son libres (bueno, la libertad también es algo tan subjetivo como la felicidad).
Y pensar sobre esto me lleva a una conclusión un tanto peliaguda, y es que los seres humanos somos tontos. Sí, somos tontos y sobre todo sordos. Sordos con nosotros mismos. ¿Pensamos que, siendo tan diferentes como somos, vamos a poder seguir las mismas instrucciones para ser felices? Si fuera así, el manual de la felicidad ya habría aparecido tiempo antes. Posiblemente vendría como un anexo a
- “ A ver, Pepito, dígame el capítulo 6 de cómo ser feliz en navidades, con una família felizmente aburrida. Rápido.
Los niños cogerían tal tirria a la asignatura que querrían ser unos amargados antes que ser felices. Además, si todos fueramos felices, ¿Qué aburrido sería el mundo, no? Y las personas tontas de remate que todos conocemos, ¿se imaginan verlas felizmente tontas?
Buf… No quiero ni pensarlo.
Ahora que también habría muchos aspectos buenos en “nuestro mundo feliz”:
- Las notícias tristes se relatarían con una sonrisa en la boca, y si se diera el caso de que alguien muriera, siempre habría tiempo para decir: “Bueno, se ha muerto feliz”.
- Los niños irían encantados al colegio, porque sus profesores explicarían felizmente matemáticas, lengua, ciencias sociales, y no con esa cara de amargados que tenían antes.
- En el congreso de los Diputados se contarían chistes.
- En la iglesia, el cura, en lugar de decir su "sermón habitual", protagonizaría monólogos y haría reír a sus fieles.
En definitiva, creo que todos debemos buscar la felicidad. Pero debemos buscar NUESTRA felicidad. El término es muy general, y lamento comunicarles que la felicidad, así en general, nunca llegarán a conseguirla.
Y si alguna vez sucede, me convertiré en una cucaracha para el resto de mis días.