Lo maravilloso de la infancia es que cualquier cosa es en ella una maravilla.
Creo que una de las razones por las que decidí estudiar magisterio fue esta. Desde pequeña demostré ser diferente a los demás. Reparé en que los adultos siempre estaban disgustados por algo, tenían muchas más responsabilidades que yo, nunca se conformaban con nada,...
Y aún recuerdo aquel día, en mi sexto cumpleaños, aquel deseo que intento cumplir día a día:
"No quiero crecer. Quiero seguir así el resto de mis días".
El deseo es tan cierto como que me llamo Sara, en serio. Aunque parezca mentira, con seis añitos yo ya sabía perfectamente qué quería ser en la vida, pero sobre todo, tenía muy claro qué no quería ser. Y no quería ser adulta.
Y sigo sin quererlo... A partir de entonces, mi lógica inocente e infantil se inventó una estrategia para enfrentarse al paso de los años y a sus consecuencias. Y en mi lógica aplastante, pensé que si no soplaba las velas de la tarta, si no decía a nadie qué día cumplía años, si no representaba de ninguna manera mi cumpleaños, seguiría teniendo la misma edad que antes, y lo más importante aún: seguiría siendo una niña.
Pero poco a poco, la cruda realidad te va haciendo despertar de esos sueños infantiles e inocentes, y quieras o no tienes que madurar, tienes que asumir responsabilidades, cumplir con compromisos que nunca has querido tener con nadie, pero que aún así tienes que tragar...
Y eso es hacerse mayor, nada más y nada menos. A cambio de todas tus nuevas responsabilidades, obligaciones y compromisos, tienes un poco más de libertad que cuando eras pequeño/a, pero salvo eso, "Hacerse mayor es una mierda", como decía ayer mi primo pequeño, de cinco años, que parece que va por el mismo camino que yo... xD
Ante esta cruda realidad, lo único que podemos hacer es no olvidar nunca nuestros años de juegos, de inocencia, de felicidad espontánea,... Hemos de saber apreciar que cualquier cosa de nuestro mundo, cualquier cosa, es una maravilla.
Un saludo, niños!